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La Formación del continente y la batalla de Mistpring.

— Hola, pequeña, ¿Estás sola?

Aethlili alzó su mirada para descubrir a una viajera decrépita que había parado a descansar junto a ella entre medias del desvío que conducía a la vieja ciudad abandonada de Mistpring y el camino que conducía hacia Toamna. No le sorprendía cruzarse con otros viajeros en su camino, aunque sí se mostró un poco confusa cuando la mujer encapuchada se refirió a ella como “Pequeña”.

— No, mi… amigo está conversando con gente en la posada más adelante. —No le dijo que ella había salido a tomar el aire por una presión en el pecho inexplicable. Tampoco que en aquel momento sentía que su alma se estaba partiendo en dos pedazos. 

Ni el extraño anhelo por seguir por un camino que no le llevaría a ningún lado.

— Entonces supongo que tendrás tiempo para una historia. —La viajera se retiró la capucha. Lucía extremadamente vieja, pero Aethlili no se sorprendió por eso, sino por sus ojos casi blancos, penetrantes, estudiándola con detenimiento.

No se atrevió a decirle que no.

— ¿Será muy larga? Me están esperando.

— No, tampoco muy corta. Pero te interesará conocerla. He oído que te gusta recoger historias. Quiero asegurarme de que tengas la información correcta.

Aethlili se quedó en silencio. La mujer lo mantuvo durante algunos segundos, y luego, comenzó la historia:

 

━━━━━━ ◦  EL NUEVO IMPERIO DE RUTHOURYN ◦ ━━━━━━

 

Cuentan las leyendas que el Imperio se creó hace muchos milenios. Tal y como el tiempo se mueve, la historia también. La que nos interesa, sin embargo, no ocurrió hace tanto tiempo. Sé que los jóvenes no tenéis paciencia para escuchar historias del imperio antiguo.

No… muchacha, no me interrumpas y escucha. Lo que conoces como Ruthouryn se creó hace poco menos de un milenio, tras la encarnizada batalla de Maizu contra Sheng Long, el último dragón vivo de la antigua era. La joven Aotrom, bella y fuerte, sometió a la bestia clavándole su lanza en el corazón. Poco más se sabe de aquella batalla, pues casi todos los que fueron testigos de ella perdieron la vida poco después, o lo olvidaron convenientemente.

La Aotrom Maizu creó entonces a sus cuatro hijas, cuatro hermosas doncellas listas para compartir su magia y gobernar sobre el territorio del nuevo continente. Maizu liberó a todos los fae y les otorgó a cada uno una reina a la que obedecer. En este orden, las hijas de Maizu fueron;

Shadi, la emperatriz del invierno. Una guerrera fuerte y decidida, capaz de enfrentarse a cualquier desafío. A ella le entregó los reinos de Geamdhradh, Fjellriket y Vindur. 

Basdet, La Fortuna. Siempre cambiante y misteriosa, se dice que le rompieron el corazón, lo que la llevó a abandonar a sus allegados y esconderse en una ciénaga mágica. Las malas lenguas también aseguran que en su biblioteca secreta existen antologías del antiguo imperio, y que son las únicas copias del mundo actual. Su dominio es Foghar.

Osdara, La Flor de la Vida. La niña Osdara tiene siempre entre sus manos la candidez de los primeros rayos del sol. Los animales y las plantas le obedecen y es la patrona de los músicos. Gobierna sobre el territorio de Earrach

Afni, la hija menor, La Pasionaria. Su fuego es capaz de destruir el frío más intenso. Temperamental y afilada, está estrechamente ligada a los suyos. Tiene el domino de Samhradh.

Con el tiempo, las Aotromas crearon los Dorchas y los Troich y los colocaron en las montañas y en la tierra. Los Dorcha y Los Toirch navegaron por el mundo a su antojo, creando, a su paso, nuevas formas de vida. No se llevaban particularmente bien entre ellos, y, desde luego, los tratados de convivencia eran escasos. Los Troich en sus montañas se dedicaron a excavar y construir, puesto que no poseían artes mágicas. Los Dorchas se aburrieron pronto de las magias elementales, y como criaturas veteranas y poderosas decidieron experimentar con otras magias más poderosas, más… oscuras.

Sh, niña. Ya te he dicho que no me interrumpas. Sé  lo que vas a preguntar, ¿Eran los Dorchas malvados por experimentar con esa clase de magias? No, claro que no. Aunque no todo el mundo piensa como yo, claro. La Magia es Magia. No la inventaron las Aotrom, y como tal, no tiene por qué obedecer sus leyes. Ahora calla, calla y escucha, porque se nos acaba el tiempo.

Las Aotrom, preocupadas por el dominio de sus creaciones sobre magias que ni ellas mismas entendían, decidieron inspirar a los Gael… no me mires así, niña insolente. ¡Humanos! Claro, tontina, a los humanos… Los guiaron hasta las tierras y les asistieron para crear nuevos asentamientos. Les enseñaron las artes del cultivo, de la danza, la música e inspiraron sus talentos… más importante aún, les educaron en las artes mágicas elementales, dotándolos del poder necesario para comprenderlas. 

Durante años, Dorchas, Troich y Humanos vivieron en paz. Y se le conoció como La Edad Dorada del continente. Los avances tecnológicos incrementaron, las enfermedades remitieron, y los reinos eran prósperos y felices gracias a la magia. 

Pero los humanos… oh, los humanos, pequeña… los humanos son criaturas de una ambición desmedida. 

Los Dorchas, presintiendo que algo malo sucedería, decidieron conservar las magias antiguas para ellos. Prohibieron que su conocimiento de estas artes fuera enseñado a los humanos. Los humanos, no conformes con las magias de las Aotrom, quisieron obtener el conocimiento que les había sido prohibido. Además, casualmente, la ciudad de Mistpring, donde vivían los Dorcha, se situaba en un punto estratégico de entrada al Continente. 

Los reyes de Springflur, el territorio humano más grande y próspero de todos, decidieron que Mistpring y Springflur debían unificarse en uno solo, ya que esta era la opción más beneficiosa para ambos. Enviaron a uno de los jóvenes príncipes a Mistpring para que fuese educado junto a la princesa de Mistpring y que, eventualmente, ambos contrajesen matrimonio.

Los Dorchas se sintieron profundamente ofendidos por este hecho, su pequeña princesa no era una moneda de cambio, y jamás permitirían que se casase con un simple humano. El rey Adrald, legítimo soberano de Mistpring y su esposa, La Regente Legoshë repudiaron a aquel pretencioso heredero. El joven alzó su espada contra la pequeña Aethlili, y Legoshë, en un acto de puro amor hacia su hija, se interpuso entre la espada y el adolescente. 

La sangre de la reina salpicó sobre la niña, que lanzó un grito aterrador. Adrald se incorporó inmediatamente, el resto de la sala quedó suspendida en un terror absoluto. Legoshë, sin embargo, no cayó inmediatamente. No. Su furia se extendió incluso más rápido que su sangre, y un fuego negro que no podía apagarse engulló su cuerpo malherido. Entonces, en la antigua lengua del viejo imperio, Legoshë pronunció las palabras que llevarían al fatídico final del reinado de los Dorcha:

“Tú, hijo de los humanos, morirás como un perro apaleado, olvidado por tu familia, por tu linaje y por los Dorcha. Jamás conocerás el amor, ni la felicidad, y tu destino será eliminar a toda la familia real de Springflur, uno por uno, hasta que la última gota de su sangre se haya eliminado de la faz de la tierra. Yo maldigo a los Auerswald, empezando por ti, ▄▄▄▄”

Así es, pequeña niña, la reina Legoshë, una de las hechiceras oscuras más poderosas del continente, maldijo al joven empleando su nombre verdadero, una magia que estaba prohibida… sí, cierra la boca niña, se nos acaba el tiempo.

Obviamente, Lellïa no tardó en recibir las noticias de la maldición. Sus espías le hicieron saber lo que había sucedido. Al principio no quiso creerlo, y después, cuando su primogénito volvió, las desapariciones comenzaron. Primos, sobrinos, descendientes lejanos, bastardos… todos aquellos con sangre de Auerswald se desvanecían sin dejar rastro. Incluso el Rey, su amado Rey, al que había consagrado su vida y todos sus anhelos, enfermó inexplicablemente. Con gran dolor en su corazón, y sin más remedio, para proteger a su pequeño Nifrid y a ella misma, no tuvo más remedio que desterrar a su propio hijo, cuyo nombre ha sido ya olvidado de los albores de la historia y mandó darle muerte inmediatamente. Al pequeño Nifrid no tuvo el valor de confesarle la verdad de su gran pecado, y le inculcó un odio hacia los Dorcha, culpándoles de la muerte de su primogénito.

Tras la muerte del Rey, Leïlla ya no vio razón por la que contenerse. Compró a los reinos humanos más poderosos y los lanzó con toda su rabia contra Mistpring. La excusa de la unificación solo fue eso, una mera excusa para descargar todo su dolor contra los recelosos Dorcha.

Superados en número y al borde de la muerte, Aldrad selló la memoria de su pequeña princesa y mandó prender fuego a todas las bibliotecas de la ciudad. Las magias antiguas morirían con todos  los Dorcha. La Capital de Mistpring se vio envuelta en las llamas la fatídica noche de su caída. Fue la misma Leïlla la que encontró a Aldrad en la sala del trono.

— ¿Estás listo, sucio Dorcha? —Contrario a lo que esperaba, el soberano solo pudo reírse. La joven princesa había sido desterrada, escondida, y sus poderes de magia antigua sellados.

La risa solo afiló la irritada expresión de Leïlla.

— Eres joven, niña reina. Nunca entenderás lo que has profanado esta noche. —Aldrad se alzó de su trono, caminando hacia ella—. Puedes matarme, puedes quedarte con mi reino, pero nunca borrarás el pecado de tu biografía. La muerte de tu primogénito te volverá loca, y cuando Nifrid lo descubra, morirás sola tú también, sola como un…

Las palabras del Rey se ahogaron cuando Leïlla le cortó la cabeza en un movimiento fugaz.

Esa noche, Springflur se declaró soberano de los territorios de Mistpring, y la Reina Leïlla comenzó su cacería de Dorchas. En su frágil mente, si lograba acabar con todos, la maldición  de Legashë jamás se cumpliría.

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Aethlili observó a la vieja, y luego el camino hacia la ciudad de Baile Dubh, la última ciudad del territorio de Mistpring.

— ¿Por qué me has contado esa historia?

La vieja soltó una redonda carcajada.

— ¿Por qué se cuentan las historias, niña? —Aethlili vaciló—. Las historias tienen poder. Y el poder, Aethlili, es necesario en este mundo frágil. 

— ¿Cuál es tu nombre? 

— ¿Mi nombre…? Ah, es un nombre antiguo. Sí. Antiquísimo. Los viajeros me conocen como Medrash, pero no es un nombre que escuches asociado a cosas buenas. ¿Quieres viajar a Baile Dubh?

— No… bueno. —Aethlili miró a la señora, ¿Qué daño podía hacerle desahogarse?—. Siento una voz que me llama desde ahí. Ya, lo sé, voces… qué cosas… 

— Las voces, ¿Qué dicen?

— Ven, ven y sabrás la verdad.

Medrash sonrió, sus dientes estaban afilados, casi como… los de una serpiente.

— ¿Estás lista para saber la verdad, Aethlili? 

La joven vaciló. Antes de responder, una voz masculina la llamó de un grito. Cuando se giró para responder a Medrash, ésta había desaparecido. En el lugar de su asiento solo restaba una moneda. En una de las caras había un dragón, y en la cara que enfrentaba a Aethlili, la figura de una Aotrom.

Destino, caminos.

Viajero, ¿Estás  listo para la próxima historia?


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